Sol amable, calentando lo justo… una tarde de otoño ideal para estar en el río. La tormenta de nieve que tuvimos que sufrir ayer durante los 400 kilómetros que separan Dutch John (Utah) de Jackson Hole (Wyoming), ahora parece un sueño; una pesadilla más bien.
Con la caña bajo el brazo cambio de mosca: de una diminuta Parachute Adams #26 a una hormiguita también parachute, o al revés; quién sabe. Solo han pasado unas horas desde que empaté por primera vez en mi vida una mosca microscópica, y ya me parece lo más natural del mundo. Ayer por la tarde, al llegar, lo primero fue acercarse a recabar información a la tienda de pesca local:
—¿Qué moscas nos recomiendas?
—Parachute Adams #26.
Nos sonreímos por dentro y decidimos dejar allí a aquel hombre y su chaladura. ¡Error! Tras una mañana probando de todo lo que había en nuestras cajas, hay que rendirse a la evidencia: ¡nos hacen falta las putas Parachute Adams #26! Cuando nos explican que ese patrón se les ha agotado y no saben cuándo recibirán una nueva partida, nos quedamos de piedra. Gracias a que hay otra tienda cercana y… ¡Buf!… ¡Qué alivio!
Las truchas muestran cierta actividad pero no hay manera o, para ser sincero, yo no la encuentro. Cambio de mosca por enésima vez, ya sin mucho convencimiento, y tras unos cuantos lances igual de infructuosos me siento en la orilla. Esperaremos al sereno. Un pajarito diminuto aprovecha mi caña como percha para pararse a echarme un vistazo. Llevo un rato largo sin pinchar un pez y, sin embargo, me siento como un privilegiado.
Un río truchero en medio del desierto; abundancia de truchas comunes de un tamaño medio muy serio; tomadas en superficie como un submarino emergiendo, una cabezota que asoma lentamente hasta mostrarse casi por completo, y una bocaza que engulle un patrón que hace tan solo veinticuatro horas me habría parecido impensable. Sí, definitivamente volveré algún día; sin duda.