Nos levantamos temprano; hay muchas esperanzas puestas en nuestro segundo día de estancia en la cuenca del Snake. Pero al asomarnos a la ventana del motel nos quedamos helados, y en el más amplio sentido de la palabra: por la noche ha caído una nevada de mil pares, sigue nevando, y el viento termina de rematar lo que presagia ser una jornada perdida. ¡Y pensar que el día anterior habíamos estado pescando en mangas de camisa…! En fin, así es el otoño en el Oeste.
De las muchas opciones de pesca en los alrededores del Parque Nacional Grand Teton una de las más cómodas por su cercanía a Jackson Hole —el centro neurálgico de la zona— es un hermoso riachuelo llamado Flat Creek; así que, dadas las condiciones, decidimos no aventurarnos mucho y quedarnos en este río del que hemos oído tantos elogios. Pero primero, visita a una de las tiendas de pesca locales para hacerme con un par de mitones y un vadeador de neopreno de segunda mano; cuestión de supervivencia. Hay suerte y encuentro lo que busco.
Puede decirse que Flat Creek, por su carácter y aspecto, es lo opuesto al gran Snake River: pequeño, su cauce recorre una extensa planicie herbosa y desarbolada entre montañas que los elk escogen como refugio de invierno, cuando estar en las alturas se hace demasiado duro. Tapizado de gravilla fina, fluye por innumerables meandros y socava las orillas herbáceas de tierra esponjosa, pantanosa en ocasiones, y se anima a intervalos regulares con corrientitas de profundidad media que dan paso a pozos profundos y oscuros. Podría decir que es la imagen de un chalkstream inglés, si es que conociera alguno.
Todas las informaciones coinciden: abundancia de Cutthroat nativa, resabiada por la fuerte presión de pesca, y que merece la pena prospectar a mosca seca. A decir del dueño de la tienda de pesca donde nos abastecemos “es un buen sitio para irse bolo”.
Nos resistimos a hacer como los pocos pescadores que nos encontramos, y dejamos los streamers en la caja. Si es un río de seca es un río de seca, ¿no?
La nevada arrecia, y el frío aliado con el viento —nuestro inseparable compañero en el Oeste— es insoportable. Como resultado de esta intempestivo adelanto del invierno, la clave no está en las imitaciones de grandes saltamontes que tan vívidamente habíamos visto en nuestros sueños, sino en diminutos patrones de midge, que, junto con un puñado de locos pescadores, parecen ser los únicos seres vivos que se atreven a salir con semejante tiempo. Así que, dadas las circunstancias, volverse con un par de preciosas “gargantas cortadas” cada uno, a seca y a pez visto, nos sabe a gloria.
P.D. Dos años después volví a Jackson Hole de turismo. Con sofisticados métodos de persuasión conseguí el pertinente permiso de mi mujer para echar un par de horas en Flat Creek. Ese día era la antítesis de lo que había vivido en mi primera visita: cielo azul, sol que empieza a calentar desde temprano… y nubes de saltamontes que, a medida que se van templando se desparraman en abanicos a cada paso que doy entre las altas hierbas. La voy a liar parda, pienso. ¡Ja!
Pero cuando compruebo que hasta los bandos de whitefish —un pez que, para entendernos, tiene cierto parecido con las bogas, aunque de mayor tamaño— se abren para dejar un pasillo de honor a mi triste patrón de saltamontes en pelo de ciervo, y una vez la mosca rebasa su posición vuelven a juntarse… empiezo a comprender que el día del bolo en Flat Creek es, curiosamente, hoy.
Cuando, finalmente, observo cómo un whitefish se acerca desganadamente a un saltamontes natural en apuros, pone el morro junto a él, lo mira patalear desesperado, lo remira… y se da la vuelta desdeñoso, decido que es hora de recoger los bártulos.
¡Ayy, la pesca! ¿Quién la puede entender?