
Nueva Zelanda; un río de orillas altas —hasta unos dos metros por encima del agua— en un tramo salpicado de pequeñas entradas a modo de “bahías” de agua calma. Chris —nuestro guía— le señala una buena trucha a mi compa; éste lanza y… la espanta.
Es mi turno. Llegamos a otra pequeña entrada de agua, poco profunda y muy parada, ocupada por una trucha que patrulla despreocupada rompiendo la superficie suave y esporádicamente; lo que sea que se haya quedado atrapado allí es comida fácil. La trucha está dándonos la cola.
—¡Presenta ya! —me dice Chris, y la mosca vuela de inmediato al medio del pocete.
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